“Perdidos” en la Isla del fin del mundo
Juan José Mateo.
Licenciado en Historia
“Si la isla se viene abajo, yo me voy con ella”
Benjamin Linus
El 22 de septiembre de 2004 no fue un día más para los amantes de las series de Televisión. En la cadena estadounidense de la American Broadcasting Company (ABC) se estrenaba “Lost”, un drama que duró seis años y que revolucionó la narrativa audiovisual en una superproducción que generó una verdadera ola de fanáticos que perduran hasta hoy.
Lost (“perdidos” en castellano) tenía un argumento retorcido de deudas familiares, vidas signadas por la tragedia y miserias personales a granel. Hombres y mujeres sobrevivientes del vuelo 815 de la Oceanic Airlines que llevaba pasajeros desde Sydney (Australia) hasta Los Ángeles (EEUU) que se parte en pleno aire y se estrella en una Isla tan indeterminada como misteriosa.
Entre las caracterizaciones de Lost, había médicos expertos en cirugías complejas, estafadores, homicidas, narcotraficantes, torturadores, enfermos terminales, pasando por músicos en decadencia, paralíticos que una vez que pisaban la isla misteriosa volvían a caminar y hasta muertos que se los podía ver apareciendo y desapareciendo de vez en cuando.
Pero más allá de la genial caracterización y complejidad de esos perfiles, había un personaje que destacaba por su rareza: la propia isla.
Es que en Lost, la isla era una entidad capaz de controlar el destino de sus moradores. Ella elegía a las personas y controlaba sus destinos. Decidía quiénes vivían y quienes debían morir. Porque la Isla era el purgatorio en donde todos aquellos que habían realizado algún daño a otro en la vida o tenían una deuda grave que cumplir, debían redimirse en las forma más extrañas.
Los fueguinos inmersos en su propio purgatorio
Recuerdo que cuando llegué a Tierra del Fuego experimenté una especie de epifanía automática. Lost me había cautivado y ahora me tocaba mudarme a una “Isla” de la que había escuchado infinidad de historias increíbles.
Pero también recuerdo que llegué en un momento particular de mi vida, en búsqueda de una redención porque sentía que mi vida debía hacer un vuelco estrepitoso. Y la verdad, me sentí llamado por la Isla. Aún hoy no puedo explicar lo que pasó. Sentí que era mi destino venir a Tierra del Fuego a cumplir una dulce condena. Sé que hay otros casos que son inversos, donde vivir en Tierra del Fuego es una condena amarga por lo que se debió dejar en el camino.